Ficha de análisis Dossier : La recuperación de la memoria histórica y sus dilemas

Luis Mario Martinez, Guatemala, octubre 2009

Memoria histórica y significados de la memoria en Guatemala

El peso de la significación que se da a la historia determina la forma en que las personas entienden el presente y dan sentido a su visión y entendimiento del mundo.

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La memoria de los pueblos y de las personas se construye a partir del recuerdo de sucesos, esencialmente de aquellos que marcan etapas de sus historias. Sin embargo, el significado de la memoria no siempre refleja los registros históricos de lo que sucedió, ni necesariamente corresponden a la verdad de los hechos. La memoria colectiva puede reflejar interpretaciones, parcializaciones, olvidos o incluso la historización de cosas (hacerlas pasar como Historia) que no ocurrieron provocando significaciones diferentes entre las personas y colectivos. El peso de la significación que se da a la historia determina la forma en que las personas entienden el presente y dan sentido a su visión y entendimiento del mundo. Es por ello que en sociedades marcadas por el conflicto, la forma en que se construye la memoria es fundamental.

Al plantearse en el año de 1994 el desarrollo del Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica – REMHI - por parte de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala y la publicación de sus resultados en el Informe Nunca Más (1998), se abrió la discusión sobre el significado de la memoria en el país y las razones para reconstruirla. En concreto, el proyecto se planteaba que para posibilitar el perdón y la reconciliación en un país que en aquel momento, aún se hallaba sufriendo el conflicto armado interno, era necesario hacerlo sobre la base de la verdad y justicia, sabiendo que ocurrió en el pasado.

La memoria histórica se convierte entonces, en un registro sistemático de historias personales y colectivas que podría permitir reconstruir el pasado y posibilitar el futuro. Sin embargo, ese registro adquiere significaciones distintas en las memorias colectivas que existen en el país y que actúan sobre el comportamiento y pensamiento de los grupos e individuos, tal como afirma Halbwhachs (1968). Las interpretaciones que se dan a los hechos, por tanto, son mediadas por las cargas culturales, ideológicas de los individuos y de los grupos. Y es allí donde descansa la discusión sobre el papel que juega la memoria histórica en una sociedad silenciada por la violencia.

Para las víctimas fue la posibilidad de contar sus historias frente a las historias oficiales de los victimarios. Quienes controlan el poder, seleccionan sucesos e interpretan la historia de tal forma que concuerden con su ejercicio del poder y lo legitimen, silenciado las voces de víctimas y de excluidos, relegando al olvido oficial la otra visión. Al plantearse esta iniciativa, así como ocurrió con la Comisión de Esclarecimiento Histórico – CEH -, se escuchó la otra historia, la que cuentan las víctimas y por tanto la recuperación de la memoria no se convierte solo en una experiencia de catarsis sino en un ejercicio de dar significado a los sucesos vividos individualmente o de forma colectiva, comprenderlo, explicar y dar sentido a su mundo.

Durante la etapa de recolección de testimonios para el REMHI, los entrevistadores se hallaron ante diferentes significaciones de lo ocurrido durante el conflicto: Por ejemplo, para muchos ancianos de Huehuetenango que se refugiaron en México, era una repetición de sucesos pues a principios del siglo XX, durante los decretos de ladinización emitidos por los gobiernos liberales, se refugiaron en México y retornaron hasta la década de los años 1920. Para otros, en Rabinal por ejemplo, ya los ancestros habían anticipado que sucedería. En ambos casos, la experiencia reflejaba una historia recurrente de opresión de los pueblos indígenas por parte de los ladinos. En Quiché al conflicto se le llama “la gran enfermedad” lo cual le da matices diferentes a las interpretaciones sobre qué sucedió durante esos años, las causas y el rol de los actores que intervinieron.

Para la otra parte, el rescatar la memoria y buscar la verdad significa un peligro porque se deslegitima su versión de la historia, y permite que se conocieran los horrores que se cometieron durante el conflicto. El uso de la memoria, como ha ocurrido en Guatemala, ha parcializado la historia para oprimir, provocar temor e inhibir a personas y colectivos en sus acciones y en muchas ocasiones para culpabilizar a las víctimas por lo que sufrieron. Los testimonios recogidos por el REMHI, mostraban cómo a muchas de las comunidades se les dijo que ellas eran las responsables de lo que les había pasado por el hecho de haberse organizado. En varios de los casos, las comunidades habían asumido que eso era cierto. La culpabilización de las víctimas se dio en el conflicto y se traslada al imaginario cotidiano: los que sufren violencia, desde una agresión a una mujer hasta el asesinato, son el resultado de “estar metidos en algo” o cuando menos, se lo buscaron. Estas acusaciones buscan revictimizar y evitar la adecuada investigación.

La memoria histórica posibilita entonces tener registros confiables que permiten recorrer caminos de justicia y comprender de forma más objetiva el pasado. Sin embargo, la memoria histórica no se reduce a los meros registros históricos sino que se convierte en un proceso social, que en el caso del REMHI es evidente: la etapa de recuperación a partir de entrevistadores comunitarios, la mayoría sin educación formal representó una experiencia única que vinculó a las comunidades con el proyecto. Allí entronca con la memoria colectiva de las comunidades. Un elemento fundamental dentro de esa memoria colectiva es el martirio de Monseñor Juan José Gerardi, dos días después de la presentación del informe el 24 de abril de 1998, como un referente del compromiso con los derechos humanos.

Memoria histórica y memoria social

La memoria es esencial en la vida de las personas y de las colectividades, pues sobre ella construimos nuestra identidad como persona y como comunidad; nos permite periodizar y organizar el tiempo. Se convierte en el motor que acciona la dinámica social o la inhibe. Sobre la base de las experiencias y sus recuerdos se construyen los paradigmas sobre los que se interpreta la realidad y las relaciones al interior de la comunidad y al exterior. Ahora bien, como hemos señalado antes, hay diferencias entre la memoria histórica y la memoria social o colectiva, pues la segunda refiere a los recuerdos e interpretaciones que poseen las comunidades y no necesariamente los datos o hechos se construyen con la sistematicidad de la primera; refiere más a las experiencias vitales y como estas se insertan en las vidas presentes y futuras de las comunidades, en las huellas dejadas en la historia de los pueblos como plantea Ricouer (citado por Jaelin, s.f) y sobre las que se forma la identidad del colectivo.

El pasado a través de la memoria colectiva, se hace presente de distintas maneras: conmemoraciones, rituales, monumentos, en la sabiduría popular, en la cotidianidad de las relaciones, etc., permitiendo establecer continuidades en el tiempo para la persona y el grupo. Sin embargo, la presencia de ese pasado en la vidas de las personas será determinado por los significados que se les de a ese pasado. Una revolución victoriosa, un logro social o una experiencia dolorosa reciben significación desde la cual se crean proyectos, esperanzas o temores. En el caso de Guatemala el uso del miedo, del terror, por ejemplo, ha sido un mecanismo para desmovilizar procesos sociales o esfuerzos y luchas en las comunidades. Los recuerdos de incontables experiencias de terror han forjado una memoria del mismo que ha sido empleada como instrumento de control social.

De igual forma, la memoria se convierte en el espacio que puede desarrollar la resistencia y la esperanza para los pueblos, y es que en ella, como dirá Vinyes, se encuentra la otra versión de la historia, la de las clases subalternas que no es escuchada por la historia oficial o la tradición hegemónica que selecciona hechos, les da su interpretación y busca que otros se olviden porque se hace incómoda, por ejemplo el recuerdo de las violaciones a derechos humanos. En ese sentido, la memoria colectiva es un refugio contra la amnesia de los pueblos, contra el olvido que quienes han violentado la historia pretenden, y permite crear una visión de futuro, dar sentido a lo cotidiano, a la vez que se convierte en la conciencia de una comunidad.

La memoria histórica se construye como un registro sistemático de lo que sucedió y esto posibilita la comprensión de los procesos vividos. Permite situar los procesos históricos más allá de sucesos concretos y ayuda a convertir la memoria en discurso, estableciendo coherencias que permitan trascender del grupo hacia los demás colectividades y establecer diálogos entre las diferentes memorias. La búsqueda de rigurosidad de cómo sucedieron las cosas puede evitar las manipulaciones de la memoria, de las cuales han ocurrido muchísimas a lo largo de la historia de la humanidad, y con ello la conciencia puede convertirse en justicia. Ya no sólo es recordar que sucedieron hechos, sino cómo sucedieron, cómo intervinieron los que se vieron implicados. Es allí donde el pasado cobra sentido y la experiencia se activa en el presente y puede construir un compromiso nuevo con el presente (amnésis).

Los retos de la memoria histórica en Guatemala

La memoria histórica debe ser vista no sólo como un ejercicio de documentar datos sino que ese proceso tiene una función de cara a las comunidades. El recuerdo de la violencia, de los modos en que esta se produjo puede ser documentado para recordar cómo pasó y que esto no se vuelva a repetir.

Las dimensiones que adquirió el terror durante el conflicto armado interno, las víctimas de las masacres, de las desapariciones forzadas, de las torturas, de la violencia que se generó solamente pueden ser comprendidas a partir de una reconstrucción que incorpore una visión integral de una sociedad construida a partir de las exclusiones y de la violencia ejercida por el poder, ya sea por parte del Estado o por grupos que han hecho uso del poder. Esto significa contar lo que pasó a pesar de los esfuerzos que se han hecho para que el silencio se mantenga. Es decir que la violencia que se manifestó en el enfrentamiento armado, y que se sigue dando en el país, no es algo que se da porque así es el mundo. Galtung (2003) cuando se refiere a las formas de violencias que existen, habla de una violencia simbólica, es decir que se ha hecho parte de la vida diaria y por tanto las personas, en especial las víctimas, la asumen como algo natural y de lo que no pueden escapar. La memoria histórica puede ayudar a liberar de esa percepción y lograr una comprensión más exacta del origen de esas violencias.

Muchos guatemaltecos y guatemaltecas poseen un recuerdo doloroso acerca de la historia reciente porque perdieron un familiar, porque fueron víctimas directas; muchas personas siguen teniendo miedo a contar sus historias, entender por qué sucedió y saber quiénes fueron los responsables de la violencia se convierte en el camino para sanar sus heridas y un paso para dignificar su historia y allí se encuentra el primer reto que encuentra este proceso de memoria en Guatemala: que las personas hablen y superen el miedo que les ha obligado a hacer del silencio su refugio. Las experiencias traumáticas son difíciles de asimilar y de incorporar, provocan crisis en la persona y en la colectividad lo que lleva a olvidos o ausencias que les permitan sobrevivir y funcionar; esto sucede tanto en el sujeto o en la colectividad y sanar esas experiencias y asimilarlas es solamente posible a través de la memoria.

El terror contrainsurgente provocó miles de víctimas e intentó, para legitimarse, construir una visión de la historia donde se criminalizaba a esas personas: ‘si eso les pasó es porque andaban metidos en algo y por tanto, se merecían lo que les sucedió’. Tanto el REMHI como la CEH encontraron muchos testimonios donde se les había dicho esto. La experiencia de las aldeas modelo en los años ochenta, fue precisamente ese intento por responsabilizar a las víctimas y decirle a los sobrevivientes que debían ver a sus victimarios como los salvadores del país. La memoria se convierte en la posibilidad de decir quiénes son los responsables y por qué lo son. La dignificación de las víctimas se convierte, entonces, en un reto para reconstruir los tejidos de las familias y de las comunidades, superando aquellas significaciones que los que cometieron esas violaciones contra los derechos humanos, han intentado que prevalezcan.

Los acuerdos de paz firmados en 1996 se vieron como el inicio del proceso de reconciliación de país luego de 36 años de guerra. Sin embargo, la reconciliación no puede ser comprendida como el resultado de la firma de un acuerdo, sino como el resultado de un proceso social y político, basado en profundas transformaciones de la relaciones entre los grupos y de las causas que provocaron el conflicto. En ese sentido, no puede reconciliarse si no conoce qué sucedió y la memoria histórica es un referente indispensable para esas transformaciones. Nadie puede reconciliarse si no sabe qué fue realmente lo que pasó, un aspecto sobre el que insisten víctimas y familiares de víctimas, cuando se habla del tema.

Pero la reconciliación no implica necesariamente perdón y olvido, y por tanto borrón y cuenta nueva. En cambio sí implica procesos de memoria que articulen diálogos que lleven a establecer consensos políticos entre las partes para la convivencia futura, sobre la base de la justicia y la palabra de las víctimas. El acuerdo de esclarecimiento histórico no buscó que se responsabilizaran personas individuales de los horrores cometidos, sino indicó que se debía hacer señalamientos institucionales. Evidentemente, es una debilidad que marcó el gran esfuerzo que hizo la Comisión, así como para las iniciativas de procesos judiciales lo que no significa que los imposibilite. De igual forma, las amnistías decretadas o las iniciativas de construir versiones donde se busca absolver a los victimarios, son rechazadas por las víctimas. La reconciliación no se impone. Acá se encuentra el otro gran reto de la memoria histórica: abrir el camino de la justicia, en el que se debe reparar a las víctimas, sancionar a responsables, debatir sobre el tema del perdón y provocar transformaciones profundas como sociedad (justicia transicional). Solamente así es posible pensar en la reconciliación en una sociedad tan profundamente dividida como la guatemalteca.

Debe tenerse en cuenta que muchas de las causas que provocaron el conflicto armado permanecen y las posibilidades que se abrían con los Acuerdos de Paz, no fueron asumidas. Estructuras violentas que fueron creadas durante la guerra, mantuvieron cuotas de poder a nivel local y nacional tras la firma de3 los Acuerdos (en algunos casos se vincularon al crimen organizado). Este es uno de los factores, no el único, que explica el crecimiento de las violencias en el país en la última década. Al mantenerse intacta esas estructuras, con un peso importante al interior del Estado y de las comunidades, la memoria del terror se convierte en un obstáculo en los procesos de construcción de la memoria histórica. Es allí donde ese proceso de construcción se convierte en uno de los mecanismos que puede ayudar a desmontar esas estructuras violentas y romper los miedos que permanecen en la población y posibilitar la justicia.

Reflexiones finales

Los esfuerzos de reconstruir la memoria histórica en Guatemala no se reducen solamente al REMHI o al informe de la CEH; estos dieron pie a todo un movimiento social desde organizaciones de sociedad civil y comunidades, asumiendo diversas perspectivas sobre la dinámica que debe tener la memoria e función de procesos judiciales a nivel nacional o en instancias internacionales, el resarcimiento, monumentos a las víctimas, salud mental, etc. Esto plantea la necesidad de establecer un diálogo sobre el tema que permita fortalecer las diferentes acciones que se realizan, asumiendo las percepciones que tiene la población. Algunos esfuerzos ya se han concretado, pero aún falta un largo recorrido en un contexto donde el miedo persiste, donde se ha intentado desvirtuar la memoria y donde el Estado ha tratado de manipular la memoria para descargar sus responsabilidades frente al conflicto, las víctimas y sobre todo en su tarea de acabar con las estructuras violentas que aún permanecen.

La memoria histórica se convierte en un compromiso de desterrar el olvido, de transmitir a los jóvenes y a futuras generaciones lo que sucedió, para evitar que se vuelva a repetir convirtiéndose en la conciencia de nuestra sociedad. La memoria permite contar lo que ocurrió, posibilitar sanar las heridas de un pasado violento, construye nuestra identidad pero sobre todo, puede marcar el rumbo de nuestro futuro. Depende de nosotros como país, asumir la memoria como eso, un proceso de liberación y construcción de un futuro común o bien, que la memoria sea el recuerdo de los violentos que nos mantienen en el temor.

“Cuando el león encuentre quien escuche su historia, entonces la historia dejará de ser escrita por el cazador” (proverbio de Kenia, citado por Vinyes).

Notas

  • (1) : Parte del esfuerzo de construir la memoria supone superar los eufemismos que se dieron en su momento- tales como escuadrones de la muerte, comisionados militares, patrullas de autodefensa civil, entre otros.

Fuentes :

  • Galtung, Johan: Violencia cultural (2003). Gernika Gogoratuz

  • Fentress, J. y Wickham, C. (2003) Memoria Social. Madrid, Ediciones Cátedra

  • Halbwhacs, M (1995) Memoria colectiva y memoria histórica, en REIS. No. 69. Textos Clásicos. Revista española de investigaciones sociológicas

  • Jelin, E. (s.f.) ¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria? Disponible en www.cholonautas.edu.pe

  • Varela, B (s.f.) Genocidios. Silencios y palabras. Disponible en www.ctera.org.ar/iipmv/publicaciones/cuaderno_6.htm

  • Vinyes, R. (2002) La razón de la memoria. En Cuadernos hispanoamericanos, No. 623:7-10.